Ir al contenido

“COMO UN SONIDO AMBIENTE CUALQUIERA”

Marisa entró a la clínica a las ocho menos cinco. Su horario es a las ocho pero
siempre llega cinco o diez minutos antes.
Corrió las cortinas y abrió levemente las ventanas. Cerró la puerta que
comunica su escritorio con el consultorio del Dr. Angelis. Su jefe inmediato.
Le puso agua a la jarra eléctrica y la enchufó. Alguien le dijo un día que
calentar el agua con electricidad no es saludable. Miró la jarra que empezaba
a vibrar. Estornudó. Son los ácaros, el polvillo, el aire enrarecido, le dice
siempre Guillermo de la ambulancia. Guillermo parece que supiera mucho de
las cosas que dice.
Marisa se preparó un café. Mientras lo revolvía le pareció que le dolía la
mano derecha y sintió como una puntada entre el índice y el pulgar.
El café estaba bueno. Tal vez lo del agua y la electricidad es un mito. Los
mitos por algo son mitos. Decidió ignorar la cuestión. Por ahora.
El doctor llegó a las nueve menos cuarto. La primera paciente nueve menos
cinco. La cita era a las nueve.
Marisa le tomó los datos. Nombre: Andrea Giusti. Fecha de nacimiento: 18
de Mayo de 1978. Domicilio: Joaquín V. González 1330. Teléfono: 58466710.
La paciente se acariciaba la mano derecha como si tratara de apaciguar una
molestia. Marisa estuvo a punto de preguntarle qué le pasaba. Pero no lo
hizo. No tenía que involucrarse con los pacientes.
El Dr. Angelis llamó a la Sra. Giusti. Marisa notó que ella se acomodó la
cartera y la campera con la mano izquierda. En ese instante tuvo una
molestia efímera en su mano. Otra vez, pensó. Por suerte tenía el neceser en
la cartera, el neceser que siempre la salvaba.
Tomó un paracetamol y se puso a transcribir órdenes y recetas. Hasta que
algo la inquietó. El cuadro del pájaro que chapotea en el océano estaba
torcido. Fue a enderezarlo, pero entonces, a través de la pared, escuchó un
susurro enérgico. La consulta se estaba desarrollando. Se quedó quieta.
*********
Viajó en subte como todos los días. Llegó a su departamento. No hizo
compras. Sólo quería ir a su casa. En ese momento no tenía la mano
inflamada. Pero nunca se sabe.
Túnel carpiano, artrosis, artritis: palabras en su cabeza. Arbitrarias e
invasoras, dichas por el Dr. Angelis a Andrea Giusti, esa mañana. Solo
palabras. Escuchadas sin permiso. Entremezcladas a través de una pared.
Como un sonido ambiente cualquiera.
Marisa tomó otro paracetamol. Por las dudas.
¿Que tenía la paciente? No se escuchaba bien. Le dolía la mano, como a ella.
“No existen las coincidencias” dice siempre Pascual. Lástima que no esté. Se
tomó unos días. Con él comparte el departamento.
*********
Marisa soñó que muchas manos tocaban el piano. Los estilos, ritmos y
melodías se entremezclaban y superponían. El volumen subía y bajaba. De
repente silencio, aunque las manos seguían tocando. Y de golpe la música
aparecía sicodélica, brillante. Hasta que quedaron dos manos solas, tocando
y en silencio.
*********
Hoy llegó a las ocho menos cuarto. En la guardia había una emergencia. El Dr.
Angelis estaba ahí. Como no tenía nada que hacer, Marisa salió a tomar aire.
En el patio estaban los de las ambulancias. Guillermo la saludó de lejos.
Cuando ella levantó la mano para devolverle el saludo, le pareció que no
tenía la firmeza de siempre.
-¿Qué tal Marisa, todo bien?- Guillermo se acercó.
– No tanto. Me está molestando la mano.
-Vos y tus dolores.
A través del ventanal Marisa vio una mujer que se frotaba los brazos y las
manos, también se rascaba.
-Últimamente he escuchado bastante sobre mujeres que tienen
inflamaciones, dolencias, molestias de todo tipo y cosas raras en las manos.
Extraño ¿no?-continuó Guillermo-.
Ahora la mujer se abrazaba a sí misma.
-Creo que me necesitan. Cuidate Marisa. Cualquier cosa me llamás.
Marisa entró. La molestia en la mano era intermitente, con latidos internos.
Hasta ese momento, al menos que ella supiera, su presión arterial era
normal, lo mismo que su circulación sanguínea y el pulso cardíaco.
Puso agua para hacer café. La jarra eléctrica empezó a vibrar Marisa, sin
dudarlo, la desenchufó. Tomó un paracetamol. Tenía mucha sed. Entró al
consultorio del Dr. Angelis y cerró la puerta con llave. Después se sentó en el
sillón del escritorio del Dr. y buscó la ficha de Andrea Giusti. El doctor solo
había escrito: molestia en la mano derecha. Espero resultado de placa, ambas
caras.
¿Entonces por qué ella había escuchado “túnel carpiano”, “artrosis”? Qué
costumbre que tienen algunos médicos de hablar, de adelantarse, pensó
Marisa. O tal vez el doctor no anotó sus presunciones, pero se las dijo a la
paciente. Marisa pensó en prender la computadora del Dr. para ver la
historia clínica detallada. Pero en lugar de eso agarró el teléfono y marcó el
número de Andrea Giusti. Antes de que atendieran, cortó.
Salió del consultorio. Por los pasillos no pasaba nadie. Había mucho silencio.
Aquella mañana Marisa no había abierto las cortinas. La mano ahora no le
molestaba. Su cuerpo ocupó tres de las sillas de la sala de espera. Eran
cómodas y Marisa estaba muy cansada. De nuevo apareció el piano pero esta
vez caía desde un edificio altísimo. Alcanzó a correrse. Y se despertó
sobresaltada.
*********
Marisa tomó cerveza en la barra, bailó y fumó un cigarrillo tras otro. Estaba
con Amparo, la amiga que se había peleado con el novio. La mano no le dolía.
No sentía nada. Su cuerpo se movía sin límites. La iluminación y la oscuridad
estaban unidas. La música lo abarcaba todo.
Alguien se acercó a bailar con ella. Estaba bien vestido y era bastante alto.
Salieron a la pista. Se seguían mutuamente los movimientos. Primero
agarrados de las manos, después las palmas se encontraban como flotando
en el espacio, luego las puntas de los dedos se rozaban, también los dorsos
de las manos. Él la abrazó, ella apoyó la cabeza en su hombro. Sintió un
cosquilleo desde el codo hasta la mano derecha. Dejó de bailar. Él la miró
mientras seguía solo el ritmo de la música. Marisa se agarró la mano derecha
y con una sonrisa forzada lo abandonó.
Fue a buscar la cartera. Vio a Amparo que bailaba muerta de risa con un
rubio que parecía extranjero. Marisa salió del bar. Caminó hacia la avenida. El
cosquilleo del brazo venía en oleadas, como descargas eléctricas. Estas
descargas son nuevas. ¿Para qué habré mezclado tantas cosas? ¿Será el
cigarrillo? Me voy a una guardia – pensó-. Después se envolvió el brazo y la
mano con la campera y se tomó un taxi hasta su casa.
En el camino recibió un mensaje de Pascual. Tardaría más de lo previsto en
volver. Había conocido a alguien. “Disfrutá, la vida no es sólo trabajo”, decía
el mensaje.
*********
Al día siguiente Marisa llegó al consultorio dos horas antes de su horario. No
corrió las cortinas. Se sentó en el escritorio del Dr. Angelis y prendió su
computadora. Buscó la ficha electrónica de Andrea Giusti. Mientras lo hacía
sintió un latigazo en el dorso de la mano: el dolor más intenso que había
tenido hasta ese momento. Pensó en tomar un paracetamol, pero no quería
abandonar la búsqueda. La ficha de la paciente no aparecía y el dolor se
extendía y profundizaba hacia el brazo. Marisa tipeaba mal: “artrutis”,
“nopetcar”, “plaqueita”. A pesar de todo continuó buscando. Era un hecho: la
mano ya no tenía la firmeza de siempre.
-Marisa si querés te puedo revisar. Creo que necesitás ayuda- Le dijo el Dr.
Angelis que la observaba desde la puerta.
Marisa se levantó despacio.
– Hoy tiene un día tranquilo doctor. No me necesita. Seguramente mañana
todo va a estar mejor-Le dijo sin mirarlo mientras salía del consultorio.
Marisa recorrió los pasillos del hospital hacia la salida. Necesito ver la ficha
detallada de la Sra. Giusti. Necesito un especialista en manos y brazos.
Necesito bañarme en el mar. Necesito estar con Pascual, él sí me
comprendería.
*********
Cuando salió de la primera guardia médica se compró un café y unas
galletitas. Según la médica que la había atendido, no tenía nada. Pero, si
trabaja en una guardia no sabe mucho. Siempre les falta experiencia.
Y fue a la siguiente guardia. De allí salió tarde porque había mucha gente y
tuvo que esperar. Ya hacía frío. Le quedaba otra guardia. A esta última tardó
más tiempo en llegar. En la calle había más autos, estaba anocheciendo y las
luces se empezaban a prender. El hospital era algo precario y ya casi no
quedaban pacientes.
*********
Marisa llegó a su casa y se acurrucó en el sillón. Estaba muy cansada. El
departamento le resultó grande. Muy grande. Tomó una copa de vino blanco.
Tenía que dormir. Al día siguiente iba a ir a una guardia de una importante
clínica. Alguien que se había cruzado en uno de los hospitales se la había
recomendado. Pero ya no recordaba quién.

Contacto

bibinaveyra@gmail.com