“UN INGLÉS EN NUEVA YORK”
Escuchar música lo relajaba después de trabajar. Ese día no había querido llevar la bici. Los árboles se unían, se mezclaban y los adoquines completaban la frescura.
Ahora lo acompañaba en el walkman Sting: “Un inglés en New York”
“Verme caminar debajo de la quinta avenida
un bastón que camina a mi lado
lo tomo por todas partes que camino
soy un inglés en New York…”
Sólo pensaba en ella.
La pelea del sábado -el último día que se vieron- fue la peor de todas. Había tomado demasiado y hacía mucho calor. Ella estaba tan linda y provocativa como siempre. Aquel golpe se le había escapado. Ahora la culpa lo gobernaba.
Quedaron en encontrarse en el patio de comidas del shopping. Eligió una mesa alejada del ruido pero desde donde pudiera verla llegar.
Miraba el reloj a cada rato. Tenía miedo. Quiso tomar algo.
Nunca soportó que la miraran. Ni que ella los mirara.
Se sacó los auriculares de un tirón. Miró para todos lados, buscándola.
Prendió un cigarrillo.
-Soy un hijo de puta. Pero ahora todo va cambiar. Yo voy a cambiar y ella va a cambiar-. Pensaba mientras consumía con fuerza el cigarrillo.
Hacía dos horas que la esperaba.
Apretó con tanta fuerza el vaso que se le rompió en la mano. Con la otra sacó una toalla de la mochila para secar la sangre que se deslizaba entre sus dedos. Se maldecía todo el tiempo.
Juntó sus cosas como pudo, dejó un billete en la mesa y logró pararse. Buscó la salida y se llevó a si mismo hasta la puerta con dificultad.
La noche estaba instalada y había que caminar. Se encaminó a la estación.
Estaba cansado. Aquello era un túnel oscuro y desierto.
Lloraba y gemía sentado en un banco de la estación con todas sus cosas desparramadas.
Acarició la toalla sucia que le protegía la mano lastimada. Se escuchaba la bocina del tren. Se paró y caminó hasta el borde del andén. Los focos lo alcanzaron.
Después hubo un silencio. El último que entró en sus oídos.
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