“EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO”
1
Mientras el colectivo se iba alejando ella me saludaba con la mano. Tenía el pelo colorado. La piel blanquísima. Era una niña pequeña.
Me desperté sobresaltada. Pero me alegré de despertarme. Mis sueños son parte importante de mis herramientas. A veces aparecen personas que nunca vi, sin embargo cuando me despierto, tengo la sensación de conocerlas.
Una vez me vino a consultar una mujer. Quería saber datos de su familia, su madre biológica. De su vida anterior decía. Era muy segura, sabía lo que quería. Tenía el pelo colorado y la piel blanquísima. No era muy alta. Yo saqué las cartas en las que más confío, tengo varios mazos y cada uno tiene su historia.
La mujer parecía que ya conocía mi casa, los objetos, a mí. Se acomodó, sacó un peine de la cartera y se peinó. Me sonrió y observó, durante toda la sesión las cartas y mis manos.
Salieron cartas sobre viajes, pero no las pude comprender.
Ahora sí las entiendo. De todos modos no es mi obligación hablar de mis sueños. Mis herramientas son mías. No la llamé.
2
Me gustaría hacer algún cambio en mi vestuario.
El otro día soñé con la obra de teatro que fui a ver hace un tiempo, con Marcos. Los vestidos eran impresionantes, de terciopelo, de unos colores que nunca había visto.
Quiero algo de terciopelo para mi nuevo vestuario.
Una tarde vi en una vidriera un vestido que me gustó. No era tan caro. Entré al negocio. Un maniquí tenía puesto un vestido azul y entallado en la cintura. Era más lindo que el de la vidriera. Y era de terciopelo. Me esperaba. Pero no me alcanzó la plata.
Seguramente me sigue esperando.
Me siento orgullosa de mi colección de aros. No hay una sola sesión en la que no use aros.
Las pulseras me las pongo en verano porque me gusta que se vean.
Me maquillo siempre pero para las sesiones del circo más todavía. Aprovecho. Me saco las ganas. Me siento una actriz. Me peino o me pongo algún adorno si no me gusta como tengo el pelo.
Perfume me pongo siempre.
3
Yo sé que muchos me consultan por diversión, pero otros no. De cualquier manera lo que les digo es genuino. Eso es lo importante.
Están las sesiones en el espectáculo, en el circo. Y están las que son en forma particular, en mi casa.
Hay personas que quieren conocer su futuro. Es raro. A veces cuando veo a la gente usando sus celulares en silencioso desenfreno me parece que están buscando futuro, futuro por donde sea. A ciegas.
En realidad lo raro es que estas búsquedas de futuro me resulten extrañas. Yo misma me dedico a indagar en un océano de futurología y, a pesar de eso, a veces me desorienta estar profundizando en él.
4
Una noche de frío y lluvia, en el circo, mientras guardaba y cerraba las cosas para irme apareció una mujer. No muy lejos se veía la silueta de un hombre que, aparentemente, la acompañaba.
Me pidió que por favor no me fuera, que tenía que saber algo importante.
Le dije que ya había guardado todo, que volviera la próxima sesión.
-Se lo ruego, es hoy o nunca- dijo.
Para adivinar cosas del momento tengo una estatua pequeña. Percibe la energía de las personas. Estuvo siempre en la casa de mis padres y cuando me fui me la llevé. Nadie se dio cuenta. Siempre fue mía a pesar de que cuando era chica no me dejaban tocarla. Una vez tuve una pesadilla en la que la estatua se me caía desde un balcón y se hacía pedazos. Me desperté muy asustada y preocupada como si el pasado y el futuro y hasta el presente estuvieran en peligro.
Sin sentarme, saqué del bolso la pequeña estatua, le dije que la mirara fijo, pero ella miraba para afuera a cada rato. Yo quería irme a mi casa. Traté que todo pasara rápido aunque de la mejor manera. La estatua estaba fría.
Sonó su celular, palpó sus bolsillos. Pero sacó una petaca y tomó un trago. El celular dejó de sonar.
-Puede contarme algo si quiere- le dije mientras guardaba la estatua. Tenía miedo que la rompiera. Sus manos torpes se movían en el aire y su abrigo amplio se agitaba como alas pesadas.
Al instante se escuchó un grito. Corrió hasta la puerta y se asomó.
Se cerró el abrigo hasta taparse la cara, me sonrió, me dijo:
-Muchas gracias-levantó un brazo para saludarme y salió corriendo.
5
Solo hay tres personas que me consultan hace años. Regularmente.
Un hombre que no sé cómo se llama. Con él acierto pocas veces. Pero cuando lo hago son cosas importantes. Como cuando le pronostiqué que se cambiaría a un trabajo mejor. O la vez que su perro estaba al borde de la muerte y le aconsejé que cambiara de veterinario.
Lo mío son los cambios, lo indican los arcanos.
Una mujer joven que siempre viene cuando llueve. Y generalmente está apurada. Además nunca se acuerda qué es lo que quiere consultar. Dice que pueden ser muchas cosas o una sola.
-¿Vine por la gata que se perdió anoche o será por la herencia?-se pregunta en voz alta.
-La memoria oscila, hoy aparece una cosa, mañana otra y así es siempre.
No hay que esforzar a la mente, no te preocupes, cuando menos lo esperes ¡aparece! Y te acordás lo que no te acordabas-le digo yo.
A ella jamás le hago preguntas. Para ella una pregunta es un tobogán que la lleva derechito a un insoportable interrogatorio a sí misma, en el que no se acuerda de nada. A veces creo que pretende que yo sepa las respuestas. Entonces solo trato de seguirla para el lado que dispara. Tampoco soy una psicóloga.
Y un hombre joven que hace años espera el regreso de una mujer de la que estuvo muy enamorado. Ella había venido a un congreso por trabajo. Era un invierno crudísimo. Fue el mejor año que él había tenido. Ella se fue prometiendo que volvería. Sus comunicaciones siempre fueron esparcidas en el tiempo, confusas y misteriosas. Apenas se escuchaban sílabas.
Él quiere saber si la volverá a ver. La primera vez que consulté, las cartas fueron ambiguas. Pero yo lo tomé como un sí, porque los soles se agrupaban hacia la derecha y eso, en general, es un buen augurio.
Sin embargo siguieron los monosílabos entrecortados a distancia. Así fue pasando el tiempo. A veces los soles están desparramados, nada más confuso aunque, en un punto, esperanzador.
6
Mi intuición me ayuda a tranquilizarme. Por eso, cuando la olvido, me pierdo en angustias y desorientaciones. Las cosas se vuelven obligaciones, enojos, rencor.
Pero las cartas, la pequeña estatua, mi vestuario, el maquillaje, las pulseras, los anillos, el perfume, el peinado… Todo eso hace que mi intuición florezca. Y cuando eso pasa las tormentas peligrosas que me arrastraban sin rumbo se silencian lentamente. Entonces vuelvo a barajar el mazo de cartas y los soles van saliendo donde ellos quieren y la pequeña estatua espera a que vaya y la guarde en la mochila o la deje allí hasta el momento que la necesite. Y después me tomo un whisky mientras miro por la ventana.
7
Antes del circo trabajé en un casino.
Caminaba por las alfombras esponjosas entre las máquinas tragamonedas y las mesas de apuestas. Mi función era captar indecisos, desanimados, escépticos y lograr que siguieran apostando. También tenía que convencer a los ganadores de que cambiaran sus apuestas y hacerlos perder.
Para convencer tanto a los perdedores como a los ganadores les decía que el azar se puede vislumbrar. Creemos que por apostar con ganas y estar llenos de deudas el universo hará que ganemos, pero no, no es así. A la suerte hay que convocarla. Este era uno de mis argumentos más eficaces.
Una vez que me ganaba su confianza miraba fijo al apostador y a la pequeña estatua por unos segundos. Después miraba a uno y otro alternativamente, hasta que convencía al apostador de que la estatua cambiaba, aunque fuera levemente, de color. Entonces él tenía que seguir con la dirección que estaba llevando su apuesta o no.
Una noche tropecé con un apostador que se veía mal. Al principio lo ignoré, pero volví y le pregunté si quería tomar un trago. Todavía no sé por qué lo hice. Fue la primera vez que estaba en una barra tomando algo. Yo creía que era como en las películas. La música sobresalía. No me desprendí de mi bolsito con la pequeña estatua, aunque en realidad no desconfiaba de él ni de nadie.
Estaba en horario de trabajo y me podían observar por la cámara de seguridad, pero no me importó. Él pidió una caipiriña.
-Tengo sed- me dijo.
Como yo no sabía nada de tragos, y sigo sin saber nada, pedí lo mismo. -También tengo sed- dije.
Estuvimos un rato sin hablar. Hasta que me dijo su nombre. Era Marcos. No le dije mi nombre, daba por descontado que lo sabía, creía que me conocían todos.
Después de tomar el primer trago Marcos empezó a moverse raro. Bajaba y subía la cabeza, después se quedaba quieto, por momentos hacía un lloriqueo pero inmediatamente se reía. En un momento me miró y casi se cae de la banqueta; hizo un balanceo como si tuviera ojos en la nuca.
Pensé que estaba borracho pero él agitando el vaso me dijo suavemente:
-Soy actor, si en este mundo no jugás estás frito. En esa época no me importaba si los hombres eran actores, profesores de historia o empresarios. Pero debo reconocer que después, con Marcos, conocí lugares muy bellos.
Esa fue la última noche que trabajé en el casino. Al rato se acercó el gerente y me dijo que debería estar persuadiendo clientes. Yo había tomado toda la caipiriña. Y le dije:
-Yo no veo clientes, veo una comedia.
8
Marcos está actuando en una obra. En un teatro pequeño y escondido del centro.
Cuando ando cerca, aunque la obra ya esté empezada, entro y me siento en cualquier lugar o me quedo parada en la penumbra. A veces no me quedo a esperar a Marcos, me voy silenciosamente: no siempre me gusta su actuación y me resulta agotador fingir. Hoy decidí quedarme.
La obra terminó hace cinco minutos. Todos aplaudieron de pie. Se prendieron las luces y la gente se empezó a levantar despacio para salir.
Yo estoy sentada atrás. Me gusta ver las caras de la gente. De uno de los laterales de la sala aparece una mujer que tiene puesto el vestido azul entallado en la cintura, de terciopelo. Mi vestido. El que me estaba esperando. La mujer camina muy elegante, como si viniera hacia mí. Pero sigue de largo. Decido seguirla. Yo vi el vestido antes que ella. Quiero que lo sepa. La veo salir, el vestido es más lindo de espalda. En la calle la pierdo. Camino hasta la esquina pero no hay caso. Es definitivo.
Ahora llueve pero no quiero entrar, estoy debajo del alero, en la puerta del teatro, esperando a Marcos.
9
Es casi de noche. Suena el portero eléctrico. Me asomo por el ventiluz de la cocina y veo a una mujer de espalda. Es pelirroja.
-Hola, hola, ¡ei!- le grito.
No responde, hasta que de golpe se da vuelta y me grita:
-¡Impostora! Si me hubiese dicho que mi madre biológica estaba mucho más cerca de lo que creía, no habría iniciado ese viaje costoso y agotador. ¡Impostora!
-Intenté contactarla, le juro que traté…
La mujer me interrumpe:
-No se atreva a decirme nada; me acuerdo de cada recoveco de su estúpida casa. Puedo visualizar sus manos, engañosas y movedizas buscando infructuosamente respuestas, mensajes, ¿palabras quizás? Manipulando unas cartas tan absurdas como usted.
-Podemos hablar- insisto con suavidad.
-¡Silencio!- grita como una fiera.- Usted subestima las mentes de sus clientes. Sé más cosas de lo que cree. Que no le llame la atención que la dejen de querer y necesitar. Y eso sí que es triste, muy triste, mucho más triste que ser rechazada por una madre biológica.
Cierro despacio el ventiluz.
10
Después de dos días sin salir y casi sin poder dormir, hoy salgo a comprar algo de fruta. A la vuelta siento que alguien me sigue. Sus pasos están casi a la par de los míos. A veces se aceleran, o se alejan y se vuelven a acercar. Cuando voy llegando a mi casa sigo de largo. Pero los pasos me alcanzan:
-Qué suerte que la encontré.
Reconozco esa voz pero no me detengo. Me molesta mucho su tono monocorde. Ahora va a empezar a olvidarse de lo que me vino a preguntar.
¿No se da cuenta de que estamos en la calle? ¿Qué se cree, que mi trabajo es gratuito? Empieza a llover.
-Esta vez sé perfectamente para qué vine a verla. Esta vez no tengo preguntas ni olvidos. Esta vez no estoy apurada, la que va a sentirse en apuros va a ser usted. Me va escuchar. Quiero que me escuche.
Yo no paro de caminar. Su tono cambia. Sus frases empiezan y terminan. Las puedo comprender. Tiene la voz más grave. Habla tranquilamente:
-Ahora sí los astros están de mi lado, los soles se agrupan donde se tienen que agrupar, el universo está dando señales favorables. Creo que me comprende. Para que lo sepa hoy sí recuerdo para qué vine a verla. Todos estos años me olvidaba de lo que venía a preguntarle porque en realidad yo no tenía preguntas. Yo venía a decirle algo: Conozco a Marcos desde la adolescencia. Sí Marcos el actor, es mi marido.
Dejo de caminar. La miro. Y ella me mira a los ojos, por primera vez. No conocía verdaderamente su rostro. Tiene ojeras profundas pero maquilladas, la mandíbula inclinada hacia adelante. Es menos linda de lo que recuerdo. No es linda. Es fea.
-¿El actor?- le pregunto.
-Sí. Cuando él anda por ahí con una copa en la mano, sentado en alguna barra y alardeando con que es un artista y no sé cuántas cosas más y vaya a saber con quién… Yo lo sé. Yo siempre sé, supe y seguramente sabré de sus movimientos. En cuanto a usted señora vidente que todo lo sabe y todo lo ve en las cartas, usted sabía que era casado.
-No.
-¡Sí!
-Las imágenes de las cartas simbolizan cosas. Yo entiendo, interpreto…
La mujer me deja hablando sola. Trato de volver a mi casa. No puedo encontrar el camino. Está haciendo frío.
11
En casa hay mucho silencio y no me había dado cuenta. Pareciera que la pequeña estatua me mira.
Tal vez las cartas me podrían decir algo, no sé. Suena el teléfono. Sé que es el mentiroso de Marcos. Tal vez no, no sé. Por las dudas no voy a atender.
Aunque barajo y tiro las cartas como siempre, me confundo con lo que me dicen. El mazo de los soles abundantes les trae buenas noticias a los clientes ¿Acaso sólo ellos pueden tenerlas? Mezclo, corto y tiro de nuevo: ahora los soles casi ni aparecen; en su lugar, salen espadas, bastos y figuras incomprensibles.
Dejo las cartas y voy al living: no hay más whisky. Qué raro, estoy segura de que quedaba algo. Siempre hay whisky. Ni sé cuándo lo tomé. Yo no lo tomé.
Voy a la habitación. Agarro el labial violeta que me regaló una clienta. No lo estrené pero ya está arruinado, se desprende de la base. Me pongo los aros de siempre pero no tengo la cara de siempre, no me adornan, son un par de metales con brillo y poca gracia que me cuelgan de las orejas y encima me pesan. Creo que me olvidé la chalina que tanto quiero en el circo; la última función fue tan rara.
Suena el portero eléctrico, me asomo por el ventiluz: es la policía.
-Hola, buenas noches.
-Buenas noches señora, tengo que hacerle unas preguntas.
¿Y esto? ¿Por qué la policía en mi casa?
– Lo escucho.
– Necesito subir señora.
¿Por qué tiene que subir y entrar a mi casa? ¿Por qué no bajo yo y listo? Cuando vea las cartas, las piedras, la estatua… siempre me persiguió la mala fama.
-Mi casa es un desastre.
-Seguramente he visto lugares peores, no se preocupe.
Aunque la mesa está abarrotada, él se sienta a tomar el café que le ofrecí. Yo no tomo nada. No quiero nada. No quiero ni puedo sentarme. Me da la sensación de que el policía ve las cosas a través de mí, que escucha mis pensamientos, que ya sabe de mi vida.
-Señora hace un mes hubo una muerte dudosa, por decirlo de alguna manera, en el predio del circo donde tengo entendido, que usted trabaja o trabajaba de adivinadora…
-¡No! ¡Por favor no la toque!
Llegué tarde. La pequeña estatua había quedado en el borde de la mesa y el policía la agarró y la acomodó en el centro.
-Tuve miedo que se cayera. Disculpe.
No quiero que nadie toque mi pequeña estatua. No recuerdo que hasta ahora la haya tocado nadie que no sea yo.
-Está bien. Las cosas tienen sus lugares en mi casa.
-Bueno señora como le decía, hace un mes mataron a un hombre. Esta mujer –me muestra una foto – que aparentemente es su esposa, asegura que usted es la culpable.
La foto es de la mujer del abrigo amplio. El grito en la oscuridad lo escuchamos las dos.
-Señor no entiendo nada, esto es un gran error. Yo sólo estaba haciendo mi trabajo.
El policía se para y acomoda la silla, yo no me muevo.
-¿Adivinar es un trabajo?
-¿Cómo?
-Me va a tener que acompañar a la comisaría para un interrogatorio.
-¿A esta hora? Yo no tengo nada que ver.
– Su testimonio es fundamental. Va a tener que venir mañana a primera hora. La espero.
12
Tardo en dormirme. Me duermo. Estoy en el medio del océano, en un barco. Hay una fiesta muy elegante con vestidos largos y trajes. Algunos bailan, otros beben, otros charlan, gritan o se ríen… Camino entre la gente. Voy a la cubierta, están saliendo las primeras estrellas. Hay demasiado cielo. Me mareo. Todo es inestable. Entro. La fiesta está en su mejor momento. Una pareja atraviesa el salón volando. Tienen alas amplias, oscuras y brillantes. Cuando el vuelo es más bajo arrasan con casi todo lo que se encuentran en el camino. Algunas personas los saludan, otros vuelan colgados de ellos, otros los ignoran. La pareja aterriza.
Ella agarra una estatua de una mesa y la usa de estandarte. Es mi pequeña estatua. Afuera tiran bengalas. Brillantes y sonoras. Festivas. Ella lanza la pequeña estatua al aire y él la abaraja y la vuelve a lanzar al aire, y cae en manos de un hombre que baila y que a su vez, también la lanza al aire. Mi pequeña estatua ha empezado una danza aérea. Todos se divierten pasándola de mano en mano. Siento mi respiración fuera del pecho.
Alguien lanza a mi pequeña estatua con tanta fuerza que sale del salón disparada. Yo la sigo corriendo, pero se estrella contra un mástil de la cubierta del barco. Los pedazos caen livianos al océano.
Me tiro al agua. Mi cuerpo se hunde en la profundidad del océano y en un sonido que parece salir de mí misma. No hay nada.
13
Amanece despacio. Mis pies tocan tierra firme. Busco a mi pequeña estatua a tientas, conozco mi casa. La encuentro en el living fiel y sola pero tirada en el suelo y rota en varios pedazos.
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bibinaveyra@gmail.com