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EL RÍO NO ES INFINITO

Camino por la calle en la que venden antigüedades y cosas raras. Estoy en el
país que quería conocer. Quiero estar acá. Es un día clarísimo. No me quiero
morir. Sigo caminando. No me canso.
A través de una ventana dos mujeres hablan. Parece que discuten. No puedo
dejar de mirarlas, como si quisiera que la situación se desbordara. Pero la
discusión no pasa a mayores, se mantiene estable. Mueven los brazos y
gesticulan.
En la calle hay de todo. Estamos todos. Hay que aprender a convivir con lo
desconocido, lo raro, sucio, distinto. Me gustan los adoquines.
Ayer bailé. Bailamos tan bien. Tanto, que hoy me siento orgullosa de mí
misma. Creo que le tenía miedo a ese tango. Sin embargo parecía que mis
pies se movían solos. No sé por qué suelo tenerle miedo a algunos tangos, o
a algunas melodías o letras de canciones. Cuando las escucho me resultan
complicadas. Imposibles de abordar. Pero cuando la música aparece las cosas
se van ubicando en sus lugares y bailo sin saber cómo bailo. Aunque otras
veces no es así.
Me encuentro con Justo. Hoy tiene la mirada más linda que nunca. Profunda
pero despejada. No le cuento que ayer bailé. No le cuento nada. Prefiero
seguir caminando. Él tampoco me pregunta nada, como si supiera.
Falta poco para el posible cumpleaños de Nirvana, mi gata. Después de
buscar infructuosamente alguna veterinaria para comprarle algo, entro al
negocio de ropa de mi amigo. Me cuenta que se va de viaje:
-Me voy a Nueva York. Me aceptaron en la escuela de jazz, zapateo
americano, swing. Todo lo que nos gusta y soñamos perfeccionar. Venite
conmigo-me larga de golpe. Nos abrazamos. Lloro.
Por la calle andan los del atardecer: los que van a clase de algo, los que
tienen turno con el médico, los que vuelven a sus casas o simplemente los
que no vuelven de ningún lado. Parecen pocos, pero no.
Mientras tomo un helado sentada en el parque pienso en mi amigo: nos
imagino sentados en un banco del Central Park envueltos en un otoño o una
primavera. Estamos mirando, aunque me den asco, a las ardillas. Como si
fuera una película. Inevitablemente el helado se va terminando.
Es de noche. Cuando vuelvo a estas horas y sola a veces me da miedo. Hace
frío pero me permite caminar. El sonido de mis pasos y el de mi propia ropa
al andar se mezcla con algunos ruidos ocasionales de la calle. En esta esquina
hay un terreno baldío, la vereda está muy rota, tengo que caminar más

despacio. Se escucha un gemido o quejido, ralento un paso y otro pero sigo.
Podría mirar para atrás pero sigo. Sólo me doy vuelta un poco, hasta el
hombro. Sigo. Capaz que era un animal.
Llego a casa.
El paso del tiempo de la mañana hacia la noche va de a poco. De la noche a la
mañana creo, sólo creo, que es un poco más rápido o no tan lento.

*******

De día las cosas son distintas. La luz de la mañana no pide permiso. Entra por
cualquier rendija. Además se puede vivir con los recuerdos. El gemido de ayer
en la oscuridad.
Hoy es un día precioso de sol. Decidí mirarlo desde adentro. Verlo cómoda a
través de mi ventana.
“Solo presente y futuro a partir de ahora”, le dice una pronosticadora, gurú,
a una conductora de tele. Pienso que el pasado también es parte de la vida,
aunque sea tan invisible como el futuro. Pasado y futuro son como el aire
donde se revuelca el viento. Y el presente a veces es raro, es más que fugaz,
es como el agua de la canilla.
Podría ir a correr. Corriendo despacio puedo ver animales sueltos. Sí, los
perros callejeros son animales sueltos que no tendrían que estar en la calle.
¿Dónde tendrían que estar? No sé pero no en la calle. No es bueno ni para
ellos ni para la gente. Seguro que mi amigo en Nueva York no va a ver perros
callejeros.
Se largó a llover. Llegaron Rita y Jose. Sin avisar. Trajeron torta de ricota. Rita
cree en los extraterrestres y platos voladores y en presencias que, aunque no
las veamos, están. Siempre cuenta las mismas cosas. Hoy le toca a la
experiencia que tuvo en Córdoba: en pleno verano y a la madrugada vio una
luz potente que se balanceaba sobre una montaña. Cuando se acercó la luz
se agrandó y desapareció de golpe.
Jose la escucha, como siempre.
Suena el portero eléctrico, pregunto quién es. Me asomo por la ventana.
-No hay nadie -digo.
-Por algo tocaron a tu puerta. Yo estaría atenta, puede ser un aviso- dice Rita.
-En un rato tenemos clase de portugués- dice Jose.
-¡Portugueis!- digo.
Y Jose se pone a cantar y a bailar al ritmo de una samba y yo lo acompaño
despacio.

-La estamos aprendiendo en clase-dice Rita.
Empiezan a despedirse. Rita me abraza y me dice que tenía ganas de verme.
Ya no llueve. Quedó una tarde hermosa y casi la mitad de la torta.
Todos somos parecidos. Nos pasan las mismas cosas pero de manera
diferente. Y entonces pienso: ¡No soy la única a la que le sucede esto! Eso me
pone contenta.

*******

Hoy ya hace mucho frío. Bailar siempre me saca el frío. Elegir la música y
darle play. Los pies, los brazos, las manos, los pies otra vez. Y de golpe es otra
realidad. Hoy me voy a dedicar a bailar. Hoy no me importa Nueva York.
Realmente. Sólo los cuadrados del piso y mi cuerpo. Bailar ahuyenta
fantasmas me dijo una vez Justo. Y es cierto: cada paso es como dejar algo
atrás. Aunque en realidad hay una parte mía que quiere dejar cosas a un
costado. No atrás. Mis brazos lo saben. Renuevo la música. Las canciones hoy
tienen la duración perfecta para mi cuerpo. El río no es infinito. El miedo a la
noche profunda y a la madrugada solitaria tampoco. Bailo con la luz
prendida. La oscuridad de la noche se ve a través de la ventana.
El teléfono sonó pero no lo escuché. Creo que también tocaron el timbre. Y
tampoco lo escuché. Me quedé dormida en el piso, en la colchoneta. Así
deben ser las curas de sueño: siento que dormí durante mucho tiempo y que
voy a seguir durmiendo. Pero mi cuerpo aliviado se incorpora y salgo a la
calle. Y camino. Un perro negro empieza a seguirme. ¡Andate! Se aleja unos
pasos y vuelve al lado mío sin mirarme, y seguimos caminando. Yo tampoco
lo miro. No quiero nada con él.
Pasamos por la ventana de las mujeres. Sólo hay una, mirando televisión en
la oscuridad. Nadie discute.
Al pasar por una casa escuchamos un tango. Él ladra. Pareciera que adentro
hay mucha gente bailando. Pero no hay nadie.
Alguien cierra el negocio de ropa de mi amigo. No es mi amigo.
Empiezan a caer algunas gotas. No me gusta mojarme.
El perro tampoco debería mojarse. Trato de caminar pegada a las paredes de
la vereda. Se larga a llover con fuerza. En la esquina hay un edificio con
balcones amplios. Me siento abajo del techito y él se echa al lado mío, me
mira de reojo.
Supongo que tendremos que esperar hasta que pare de llover.

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