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“ELLA (MONÓLOGO TEATRAL)”

El tiempo pasa. Mirando por la venta lo veo irse.

A veces me siento sin rumbo, como una de esas hojas callejeras.

Sé que ya no seré bailarina ni haré zapateo americano. Tampoco voy a ser cantante de ópera. No seré artista reconocida a la que le piden autógrafos por la calle.

Seguramente nunca seré millonaria. Ni atravesaré profundidades en un yate de mi propiedad.

Ni cocinaré una torta de cumpleaños enorme, como esas que se comen con sólo mirarlas: de varias capas de colores, con crema, duraznos, dulce de leche, nueces ¿Cómo se llega a eso? – Ahora que lo pienso, tampoco me interesa hacer una torta así – no la hice hasta ahora y nada grave me ocurrió – ¿Te das cuenta que no pasó nada malo? –

_ Nada grave, ¿será grave? No es grave…

Si hay algo que me gusta es pintarme los labios  para estar en casa. Hay épocas en que vivo comprándome lápices de labio. Me gusta saber cuál es el color de moda.

Disfruto mirarlos en el botiquín, saber que están en la cartera; no sé tenerlos cerca. Me agradan mis labios. Cuando están pintados los siento de otra manera: me encantan. Yo me conozco, pero cada vez que me maquillo me veo distinta. El espejo es algo complicado. Voy a él en busca de algo conocido y al verme, a veces, es como si fuera la primera vez.

Coloreo mi boca despacio, sin embargo parece que el contorno de los labios se desplazara y la pintura se corre de los bordes – no es como quiero que quede – yo me imaginaba otro delineado. Al labio superior, por ejemplo, nunca logro darle la forma deseada ¿Cómo hacen otras?

Pero me siento iluminada por dentro…y me parece que se ve…

Un placer conmigo misma, como algo esperanzador, aunque no salga a la calle

¿Algo cambiará algún día?

Yo no sé si a los demás les agrada, aunque no salga a la calle.

Algo parecido me pasa con los esmaltes de uñas. He llegado a tener una repisa repleta de esmaltes de colores. Entraba en la habitación, los miraba y los imaginaba en mis uñas. A veces me las pinto. Hago lo que puedo.

Adoro los perfumes eso sí. Son carísimos, pero con plata se los puede comprar. Esos frascos con formas de estrellas, de flores, de siluetas ¡inimaginables hasta que alguien se los imagina!

Los perfumeros son genios que guardan futuras alegrías.

O las cosas que no serán…  

Entonces me quedo en casa. Mientras tanto el sufrimiento.

En la casa hay silencio.

Alguna madera que cruje, al rato un sonido leve. Nunca sé de dónde provienen esos ruidos. Son intrusos de la noche solitaria.

De la vereda llegan voces que se arremolinan atrás de la hermética persiana: Peleas. Risas. Un silbido a lo lejos. Una botella estalla en el asfalto. Mis ojos abiertos y alertas. Con lentitud todo se aleja. Pasa gente. Y queda el temor. A veces el miedo a la eternidad, a la nada a todo.

Camino en la oscuridad buscando. Ni sé lo que busco. Tranquilidad o mejor tormentas. No lo sé.

Lo que sí sé es que nadie va a venir a golpear mi puerta para decirme:

-Qué suerte que estás, porque vine a buscarte. Quiero estar con vos y con nadie más que con vos.

Esto jamás sucederá.

¿Por qué?

Porque no, porque nunca ha ocurrido; ¿o vos sabés de alguien que le haya pasado eso?

Está bien, lo sabía, lo sé y lo sabré, pero una piensa y piensa y la cabeza es un globo terráqueo que nunca duerme, que se bambolea sin descanso.

La noche pasó y le dio lugar a otro amanecer. Siempre es así – quiero recordar eso –.

Levanté las persianas hasta el tope porque el día está completamente soleado. Transparente. La gente va para todos lados. Las caras son otras y llegan nuevos ruidos. Los rayos del sol son como señales variadas y misteriosas y se imponen, como la existencia y eso hoy, me gusta.

Con mis anteojos de sol saldré a ver y que me vean. Hay personas. Estoy yo. Quedan restos de vidrios en la calle. No les temo, ya no significan nada.

Caminaré por el borde, haré una pausa y luego regresaré con mis anteojos de sol.

Todo vuelve a empezar.

Me acordé que hoy viene un representante de la agencia de turismo para la organización del viaje: decidí cambiar de geografía y volver con otras ganas.

Descubrir un paisaje es un momento de verdadera felicidad. Es pasar de una realidad a otra sin tiempos ni antecedentes.

Todavía no tengo definido a donde iré. Empezar un viaje es una promesa de dicha. Es extraño tener certeza de felicidad, hacer planes para la alegría.

Necesito tomar algo fuerte.

El representante de la agencia me avisó que llegará más tarde. Lo esperaré arreglada, maquillada y optimista.

Viajaré en avión, voy a correr el riesgo.

París quiero París y ver los cuadros que sé que quiero ver. Conocer ciudades, puentes, bosques. Bailar, escuchar y que bailen para mí: flamenco.

Tengo tiempo. No conozco a los que viven a las espaldas de mi casa. Daré una vuelta manzana. De a poco le voy perdiendo el miedo a lo desconocido ¡El día está tan hermoso!

No voy a guardar más la ropa. No me gusta que la ropa se ponga vieja.

Vieja, grande, cuando se es más grande que hace unos años.

Si me hiciera una cirugía estética, me levantaría sutilmente la piel con hilos de oro donde terminan las cejas.

Mirar a los ojos y no saber hasta dónde se puede llegar ¿Qué veo en tu mirada, que ves en mí, que me ves?

Ahora sí que estoy de estreno. Me gusta como luzco. A veces no sé ni que ponerme.

Siempre hubo noches de tinieblas. Mis articulaciones se torcían de forma extraña. Me hacía estudios y radiografías para descartar. Mi sangre delataba mis estados. Mi estómago un volcán. Y tomaba los medicamentos respectivos.

Pero últimamente estoy aprendiendo a respirar, a bajar los hombros y a sentir el oxígeno que entra en mi cuerpo.

Aunque a veces tengo la fantasía de poner una trompada sonora, oportuna e inexorable. Y que el silencio posterior me pertenezca.

Tengo una intuición poderosa: No va llegar.

El mundo me espera

Estoy yendo.

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