“EN OTRO LUGAR”
Los secadores de pelo esparcían el olor de las tinturas. Ese día había llegado antes de su turno. Salió a la vereda y aprovechó para fumar uno de los tres cigarrillos diarios que se permitía.
Cuando entró, Irene la fulminó como si hubiera tardado horas. La capa de nylon le colgaba de una mano. Ella dejó el abrigo en el perchero -Irene la seguía con la mirada-, luego se acomodó en el sillón y disfrutó de cada pincelada sobre su cabello.
Cuando terminó de teñirse, la peluquería se había llenado de gente. Sólo quedaba la incómoda silla de hierro y el almohadón descolorido. Tenía que esperar hasta que la tintura hiciera su efecto. Seguro que los claritos esta vez quedarían lindos. Seguro. No como cuando se los hizo ella, que ni siquiera se animaba a salir.
Había muchas revistas de peluquería. Agarró una pero cuando la abrió se dio cuenta de que sólo eran las tapas de una revista de peluquería. En realidad era una revista de astronomía. Pensó en devolverla a la mesita, aunque si se movía mucho corría el riesgo de mancharse el cuello de la remera con la tintura. Irene no había sido muy cuidadosa al colocarle la capa y la toalla.
Ojeó la revista. “Astrofísica al pie de un volcán”, “Libra o la constelación de la balanza”. Siguió pasando las páginas. “Marte tiene potenciales de ser habitado, tiene características superficiales que recuerdan tanto a los cráteres de la luna como a los valles, desiertos y casquetes polares de la tierra “. -Parece una canción- pensó mientras releía las frases.
La llamaron de la pileta. Cuando se paró fue más difícil dejar la revista, entonces se la acomodó debajo del brazo derecho contra el cuerpo, y se fue a lavar la cabeza. Irene terminó de peinarla y le sacó la capa; la revista seguía debajo del brazo, incorporada a su cuerpo.
Al llegar a su casa se miró en el único espejo que confiaba, el del ascensor. Y se gustó. Recorrió cada detalle de su cabeza. Descubrió distintos tonos, le encantaba el brillo que le daba la luz del ascensor. Antes de entrar a su casa, pese a que estaba sola, se pintó los labios.
Con la revista y un café se instaló en el balcón. No hacía calor. Esa mañana muy temprano lo primero que había hecho fue abrir la puerta de la jaula de Miqui. Las cosas han cambiado y ya no se ven pájaros encerrados. Ahora miraba la jaula vacía.
Tomó un sorbo de café y abrió la revista: “Marte es nuestro vecino y quizás por eso nos fascina, fue uno de los primeros mundos en ser observado por el telescopio del ser humano”. –Me gustaría comprarme algo para combinar con el peinado- se le ocurrió, mientras agitaba la hoja de la revista.
Sonó el teléfono, fue a atender pero no llegó. –Ojalá vuelva a llamar-.
Con el segundo cigarrillo y un vaso de agua volvió al balcón; “Sus terrenos solo han sido transitados por robots espaciales”. Cerró la revista, terminó el café y fue a la habitación. Sacó la valija del placard y agarró solamente dos pantalones, tres remeras, algo de ropa interior, zapatillas, maquillajes y el perfume.
Volvió a sonar el teléfono. Esta vez llegó a atender:
– Hola.
– Hola, soy yo. Nunca puedo respetar los tiempos.
– Es así, las cosas no son siempre como uno quiere. Me gusta escucharte.
– ¿Y vernos?
– Fui a la peluquería.
– Mirá vos. Siempre sabes lo que querés.
– Me cambié el color del pelo.
– Decís color y me imagino rojo, verde.
– No es para tanto.
– Podría verlo.
– Creo que sí. Puede ser.
– Bueno. Voy para allá.
Empezaba a anochecer.
Fue a la cocina con la valija y guardó unas manzanas. Se puso un abrigo, prendió el tercer cigarrillo del día y volvió al balcón. Miró la revista pero no la abrió. Las ramas de los árboles que llegaban hasta el balcón se movían. Terminó el cigarrillo y decidió que ahora serían dos por día.
Bajó la persiana de la habitación y empezó a cerrar las ventanas. La valija ya estaba en el pasillo.
Sonó el portero eléctrico, fue al balcón y se asomó. La revista seguía en la mesita. Caminaba tanta gente que no se podía distinguir a nadie. Fue para adentro pero volvió a buscar la revista y después sí cerró la puerta del balcón.
Entró al ascensor con la valija y la cartera. Se miró al espejo y el peinado le gustó más que antes.
Cuando llegó a la puerta del edificio miró para todos lados. Caminaba mucha gente pero no conocía a nadie. Él no estaba.
-Tal vez mañana haya sol en el campo, el mar siempre está frío, ¿qué pasará en las montañas?-pensaba mientras se alejaba despacio.
El cielo estaba estrellado.